Cuando la lechosa luz del día
entorna los ojos perplejos de la piel.
Cuando los tambores de los sentidos
golpean humo bajo la noche de tu pecho. Cuando su ritmo frenético te hace ignorar
la llamada a la cordura de tu corazón. Cuando llueve y los palacios de la lluvia
hablan enredados
a la luz de tu pelo.
Cuando siempre parece demasiado tarde.
Cuando siempre parece demasiado abajo.
Cuando siempre parece demasiado lejos.
Y sabes ya
que el frío de tus manos recientes
puede encender todos los cigarrillos
del diamante.
Es la hora del adiós a las ciudades.
Es la hora del adiós a los números y
a la aritmética absurda de las culpabilidades.
Es la hora de amar la soledad.
Es la hora - yo soy mío- del bosque encendido.
Antonio Rigo, 2008
Palma de Mallorca
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